El Príncipe Valiente tiene miedo

Un príncipe sale galopando por las puertas de su castillo y desaparece de la página. Su reino no sabrá nada de él por muchos años, nosotros, por algunas páginas, tampoco. 

El Príncipe Valiente, el oximorónico protagonista de este libro, no se parece a los de otros cuentos. No sueña con conquistar nuevas tierras, sino con disfrutarlas. No quiere domar a los animales que merodean por su reino, sino contarles cuentos. Porta una espada pero da la impresión de que prefiere llevarla siempre envainada. Nadie parece entenderlo. Esperan de él que cumpla con las demandas de su nombre: que luche, que se imponga, que blanda su espada.  

Por eso decide irse, aunque le da miedo. Y es así como esta preciosidad de cuento empieza poco a poco a redefinir la palabra «valentía». Pues para la autora de este cuento, Estelí Meza, la valentía no es la ausencia del miedo, como tendemos a pensarla nosotros los adultos, sino su transformación. La valentía no es tampoco la capacidad de imponer la propia voluntad sobre el mundo, sino de declarar una y otra vez los propios valores, aunque sean diferentes a los de los demás. 

Es un mensaje necesario, y uno que El Príncipe Valiente tiene miedo, título ganador del XXII Concurso de Álbum Ilustrado A la Orilla del Viento, transmite de manera excelente. Con unas bellas ilustraciones y un texto sencillo, este libro ofrece una perspectiva alternativa de lo que significa ser valiente, una mucho más generosa y humana. Es un libro que tiene el potencial de convertirse en ejemplo, en uno de esos cuentos que, cuando una niña o un niño tenga que enfrentarse a una situación difícil o compleja, se podrá referenciar al estilo de «¿te acuerdas del Príncipe Valiente? ¿Te acuerdas de lo que hizo?». 

Me gusta pensar que las niñas y los niños que tendrán la suerte de leer este libro no necesitarán ninguna reconfiguración del significado de la valentía, como sí la necesitamos nosotros quienes se lo leerán, porque sabrán desde un principio que para ser valiente hay que transformar el miedo, no extinguirlo por completo o, peor, nunca haberlo sentido en primer lugar.