jueves, septiembre 13, 2012

Razones para leer


Todos nosotros, los padres, queremos que nuestros hijos lean. Los beneficios de adquirir el hábito de la lectura son muchos y nos lo mencionan a cada rato desde las campañas del Estado, los colegios y también desde algunas instituciones privadas: incrementa la comprensión lectora, estimula el desarrollo cognoscitivo en general por lo que se mejora también el rendimiento en otras materias y, claro, también entretiene. Todo eso es innegablemente cierto y está fehacientemente demostrado.

En mi hogar, mi hija y yo, hemos identificado otra buena razón para estimular en los niños el amor por la lectura.  Este descubrimiento partió de una simple observación por demás cotidiana y repetitiva: Lucía, mi hijita, en el sillón o, más usualmente, tirada en su cama, leyendo, absorta y en trance, atrapada por la historia que asía entre sus garras, (porque pareciera como si alguien quisiera quitarle el libro). (Aquí una atingencia: es notoria la relación que existe entre la lectura y la cama, es como si se disfrutase mejor la lectura acostado y cómodo entre almohadas, ¿verdad?, por lo que habría que hacer una campaña para que en las bibliotecas públicas colocaran colchonetas y mullidos almohadones en vez de mesas y sillas que parecieran haber sido diseñadas por algún misántropo para la tortura del lector).

Bueno, regresando a lo que nos interesa, la observación de Lucía en su trance lector me permitió tomar conciencia del intenso nivel emocional en el que se encontraba, de cuánto se involucraba con la historia leída a nivel subjetivo y de que era muy probable que bulleran en ella una infinidad de sentimientos dispares y encontrados. No pocas veces Lu dio vuelta a la última página de su novela con una emoción que se le desbordaba, líquida, por los ojos.  Y es que cuando una historia nos atrapa, nos identificamos necesariamente con uno o más de los personajes del libro, pero no solo con el personaje, sino también con su entorno, su tragedia personal, sus disquisiciones morales, sus disyuntivas éticas. A través de algún mecanismo psicológico vivimos la vida y el derrotero emocional del personaje como si fuera nuestro, asumimos como propia la experiencia del héroe o de la heroína de la novela y, de esta manera,  nos enriquecemos.

Hasta donde sabemos los seres humanos solo tenemos una vida y en ese lapso las circunstancias y situaciones particulares por las que pasemos nos permitirán saber cómo es que reaccionamos en cada una de ellas. Uno puede teorizar acerca de las decisiones y acciones que tomaremos ante ciertas disyuntivas pero solo podremos estar seguros de ellas cuando realmente nos encontremos, de hecho, en esa determinada circunstancia.  Uno podría decir, “si hubiese tenido una infancia marcada por la desesperanza, con padres que me hicieran la vida imposible y miserable, ya de adulto habría podido perdonar y llevar una vida tranquila y en paz con mis pares”.  Pero eso es una teorización sorbe nosotros mismos, una conclusión que nunca podremos llegar a saber con certeza porque hemos tenido la suerte de haber sido bien queridos.

Si, la vida es una sola, y las circunstancias por las que nos lleve nos permitirán conocernos a nosotros mismos de manera profunda y segura. Algunos tendremos vidas más intensas y las posibilidades de aprendizaje serán mayores que las que le toquen a otros con vidas más apacibles y seguras. Porque la única manera de aprender algo de nosotros mismos que realmente valga la pena depende de qué tanto estemos involucrados emocionalmente.  Las cosas importantes de la vida son esencialmente antipedagógicas, es decir, no se pueden transmitir a través del discurso de un experto o de un padre preocupado. Un niño, un joven o una persona a cualquier edad necesitarán probar la decepción amorosa para saber cómo actuamos ante ella, y no deberíamos, a través de un paternal discurso preventivo, tratar de evitarles ese sufrimiento.

Nuestras posibilidades de aprendizaje están limitadas entonces por la vida que nos ha tocado a bien. Pero este “recurso escaso”, como podríamos llamarlo, se puede ampliar y hasta multiplicar cada vez que nos involucramos emocionalmente con una buena lectura, porque al vivir como propias las experiencias de los personajes que pueblan las páginas de nuestros más queridos libros, nos acercamos a un conocimiento más profundo de nosotros mismos. Podemos entonces afirmar que leer también es bueno porque, entre otras cosas, nos hace mejores personas.

Para dejar de ponernos tan serios les recomiendo un enlace que encontré en Youtube sobre una linda historia relacionada con la lectura. Son quince minutos aproximadamente de este corto animado  llamado "Los fantásticos libros voladores" que está realmente muy bueno. Pueden utilizar una laptop o un Ipad o lo que tuviesen a la mano para verlo con sus hijos en la cama antes de enviarlos a dormir. La van a pasar bien, se los aseguro.

1 comentario:

  1. Me encontré por "accidente" con tu blog. Escribes muy bonito, con la inspiración que inevitablemente nos regalan los hijos.

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